La gran mayoría de las personas cuando van a comprar un vehículo, se
fijan en la letra que les queda, en el equipo música, el sistema de
climatización, en el bluetooth, pantallas
táctiles, calefacción en los asientos, espejos eléctricos, en casi todo lo
prescindible de un automóvil, pero nunca preguntan por la seguridad de las
pruebas Euro Ncap, importantes ya que son las que miden el grado de calidad de
un vehículo en caso de un accidente.
La preocupación por la seguridad al volante nació de manera
paralela al desarrollo de la industria del automóvil. Según la documentación
existente, Mary Ward, irlandesa de 42 años, se convirtió en la primera víctima
mortal de un accidente de automóvil al salir despedida del vehículo tras volcar
en una curva, el 31 de agosto de 1896, y ser aplastada por la rueda trasera. Ya
en los años 30 del siglo XX, el automóvil se había convertido en un bien de
masas, sobre todo en Estados Unidos, un país que en esos años comenzó a tomar
medidas para limitar el elevado número de muertes en las carreteras como
consecuencia de la peligrosidad de los propios vehículos. No en vano, en
aquella época no existía el cinturón de seguridad, el salpicadero era metálico,
la columna de la dirección no era colapsable y los botones y palancas eran todo
un peligro para los ocupantes. Por todo esto, un simple choque sin
consecuencias podía convertirse en un accidente mortal, ya que el conductor
podía terminar impactando contra la columna de dirección o despedido a través
del parabrisas.
En 1930 empieza el camino una nueva área de conocimiento denominada
Biomecánica, que estudia los fenómenos naturales que ocurren en el cuerpo
humano como consecuencia de sufrir la aplicación de fuerzas de diverso origen y
sirve para medir el rendimiento de acuerdo a la optimización del gasto energético,
empleándose actualmente en todos los campos.
Los primeros ensayos en EEUU de los crash test se utilizaban cadáveres,
o cuerpos donados a la ciencia, para avanzar en la compresión de la cinemática tridimensional
de la columna vertebral ante impactos laterales u oblicuos. Esto creo grandes
discusiones en su época, simplemente por
no ser considerado muy ético, pero sin
ello no llegaríamos al punto donde hoy día estamos en seguridad vial.
Se comenzó a realizar pruebas con cadáveres para obtener información
acerca de las consecuencias de un choque a alta velocidad sobre el cuerpo
humano. En estas primeras pruebas se intentaba medir la resistencia al
aplastamiento o al desgarro, y por ello impactaban bolas de acero contra el
cráneo o dejaban caer los cadáveres al vacío desde una altura considerable. No
eran, por tanto, pruebas de choque propiamente dichas, aunque existen algunos
experimentos con cadáveres sujetos al vehículo a modo de dummies y con
acelerómetros muy rudimentarios.
Entre los voluntarios más destacados debemos nombrar al coronel de
la fuerza aérea de los Estados Unidos, John Paul Stapp, que desde finales de
los años 40 trabajó como conejillo de indias en un buen número de ensayos para
medir la tolerancia humana a la aceleración y desaceleración. En 1954 fue capaz
de soportar nada más y nada menos que 46 g tras alcanzar una velocidad de más
de 1.000 km/h y detenerse en apenas 1,4 segundos.
La historia de los maniquíes para pruebas de choque e
impacto nace en 1949, fecha en la que Samuel W. Alderson desarrolla el
primer dummy moderno para la compañía de ingeniería Sierra, el
Sierra Sam. Este modelo fue creado para medir la fiabilidad de los asientos
eyectores de los aviones del ejército estadounidense, aunque la industria
automovilística pronto mostró su interés en este modelo para realizar sus
pruebas de choque. Fue así como el propio Alderson produjo la serie VIP-50,
diseñada para General Motors y Ford. Este maniquí fue utilizado con frecuencia
para comprobar la fiabilidad de uno de los grandes adelantos introducido en la
década de los 50, el cinturón de seguridad.
Actualmente los dummy tienen una tecnología avanzada
interiormente, pueden medir en tiempo real las consecuencias de un accidente,
sus múltiples sensores recogen datos de medición del impacto y las consecuencias
en nuestro cuerpo, pueden trabajar con percentiles diferentes, los cuales
simulan a los diferentes personas, sexo y edad, que pueden tener los ocupantes de un vehículo.
Esto ha llevado a los fabricantes a conseguir un
comportamiento diferente de las estructuras internas y externas de los vehículos
actuales, consiguiendo estructuras deformables que absorbe el impacto mucho mejor
que los coches antiguos, lo cual puede salvar muchas vidas.
En Europa el organismo que estudia las normas de seguridad
de la fabricación de todos los vehículos europeos es la institución Euro Ncap. Este
organismo marca con estrellas el comportamiento o la calidad en seguridad de un
coche en caso de impacto, tiene unas
normas que todos los fabricantes tienen que pasar.
·
Las puertas no se
pueden abrir durante el impacto.
·
Se permite la rotura
de los cristales aunque se tiene en cuenta su proyección hacia el interior.
·
Después del test, al
menos una puerta debería poder abrirse sin necesidad de usar herramientas.
·
No puede haber pérdida
de combustible.
·
En un choque trasero,
el maletero no puede penetrar en el habitáculo.
·
La posición final y
los daños de los ‘dummies’ (muñecos empleados en las simulaciones) son claves.
·
Los restos de
componentes y piezas que puedan haberse deslizado o desprendido en el interior
también son tenidos en cuenta.
“cuando compren un automóvil, céntrense en lo importante, lo demás es superfluo”
Casi siempre nos
olvidamos del sentido final de un automóvil que es transportarnos de un lugar a
otro con independencia, pero con mucha seguridad.
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